Comentario
Al norte de Siria, Alejandro consiguió una nueva victoria sobre las tropas del Gran Rey, en Isos, con lo que quedaba controlada toda la península de Anatolia. De este modo se inicia una nueva etapa, caracterizada por el control de las ciudades fenicias y por la desaparición de sus flotas y la de los chipriotas, en que se apoyaba tradicionalmente el imperio persa. Con ello terminan sus posibilidades de subsistencia en el mar. Por otra parte, la adhesión creciente de las ciudades griegas y las ofertas de paz hechas por el Gran Rey pondrían punto final a una forma específica de expansión, capaz de controlar Grecia desde la monarquía de origen exterior como solicitaba Isócrates y de contener la fuerza del imperio persa en favor de la Grecia de las ciudades, que ahora contaría con el control de los territorios de Asia Menor. Sin embargo, el proceso expansivo mismo va creando su propia dinámica de reproducción, plasmada en las nuevas intenciones conquistadoras de Alejandro.
La acción más agresiva tuvo lugar en Tiro, ciudad fenicia que ofreció la mayor resistencia, contra la que se emplearon los métodos más modernos de la artillería de la época y de cuyos habitantes, aparte de los ocho mil que fueron condenados a muerte, treinta mil fueron vendidos como esclavos, en agosto de 332. Después de Tebas, Alejandro seguía empleando masivamente el sistema, indicativo de que, al menos en parte, uno de los objetivos de la empresa se situaba en el reforzamiento del sistema de sumisión por conquista, en crisis a causa de los problemas que afectaban a los sistemas militares de la ciudad-estado.
En Egipto, Alejandro es recibido como un libertador, desde el punto de vista de una población que en tiempos recientes ha experimentado los efectos más duros de la dominación despótica persa. El episodio más destacado, por su trascendencia y su significación en los modos de definición del poder de Alejandro, fue la visita al oráculo de Amón, en Siwa, que ya se consideraba sincretizado con el padre griego de los dioses y de los hombres, Zeus. La acogida favorable por parte de los sacerdotes, expresada en la filiación de Alejandro como hijo de Amón, protegido como nuevo faraón, se interpretó igualmente como filiación con respecto a Zeus, característica específica de la realeza tradicional, de los basilei, con lo que se logra una nueva síntesis entre la teología egipcia de la realeza y las características griegas de la realeza mítica y aristocrática. Como hijo de Zeus, no podía reprochársele ningún tipo de despotismo orientalizante, al margen de que el sistema egipcio estaba asimilado por la tradición griega desde la época arcaica e incluso había sido incorporado en la elaboración teórica representada por el platonismo. Sin embargo, al mismo tiempo, ello le permitía atribuir aspectos divinos a las formas de poder que iba elaborando.
Otra medida de gran trascendencia fue la fundación de Alejandría, elemento simbólico de ese mismo personalismo y punto de partida de una nueva concepción de la ciudad griega, asentada entre pueblos orientales, vehículo de acción de futuras formas estatales significativas del nuevo mundo en formación.